Recuerdos de ayer
Me senté a la orilla de mi paciencia,
sabiendo que el mundo se me había extraviado,
dejé que la parte indeleble de mi conciencia
ocupara el espacio total de tu indiferencia.
Estaba absorto ante el canto de las aves,
de los gritos del viento que dejando surcos
en la arena permitían ver su contento.
Y yo, sin saber el rumbo a escoger,
sin poder admitir lo lejano de tu estar,
no sé que me comenzó a suceder,
quizás por momento me entregué,
a la desidia de el ni pensar,
cuando el alma llora en soledad.
Al fondo las olas de mi imaginación
se acercaban con el sonido que inspira
a un hombre a creer en un día más,
en cavilar y saborear de una noche por venir.
Mientras tanto, acariciando un piano que no oculta su bienestar,
se deja sentir con melodías que no suelen terminar.
Suspiros que brotan por doquier
con intenciones desmedidas de un querer.
Una vez transportado allí, mi soledad se alejó
dejando a un corazón respirar con ansiedad
las ganas de quererte tener.
Susurros de un ángel que se presenta cada vez que nos ve.
Milagros descubiertos por un posible azar
en el que un misterio cada vez que gusta viene,
mira, habla a su modo y se va.
Ya no sé si dormí, ya no sé si fue ayer.
Lo que sí puedo reconocer es que al pensarte,
al traerte, de paz me llené. Supe que luego de la noche,
el día me dejaría comprender.
Y volví a sentir las olas que en su vaivén
llenaron mi pena con paz,
mi soledad con los recuerdos de ayer.
Samuel Akinin Levy
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